UNCIÓN PARA LA CONQUISTA

Por MCI

“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.

Hechos 1:8

ALGO EN QUE PENSAR

Estas fueron las últimas palabras que el Señor Jesús pronunció a sus discípulos antes de ascender al cielo. Por treinta años Jesús no se atrevió a llevar a cabo la obra del ministerio sabiendo que sin la ayuda del Espíritu Santo sería imposible. Después de su bautismo en agua, el Espíritu Santo vino en forma corporal como de paloma y permaneció en Él, allí fue que comenzó Su obra ministerial. Luego de compartir tres años con sus discípulos y ya a punto de partir, les instruye para que entiendan que la obra implica tener un respaldo sobrenatural.

Al igual que lo sucedido en el pentecostés, todos podemos recibir el poder del Espíritu Santo, aquel que nos permite entrar en otra dimensión espiritual y ministerial donde señales, maravillas y prodigios empiezan a ser manifestadas a través de nosotros. Esa es la función del Espíritu Santo, Él viene a inspirar a cada creyente que se disponga en hacer la obra de Dios.

  1. NECESITAMOS CONOCER AL ESPÍRITU SANTO

“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido”. 1 Corintios 2:12

Si todos anhelamos trabajar en la obra del Señor y ver Su poder, debemos preparar nuestra vida para que el Espíritu de Dios venga a morar en ella y dejar que que Él mismo sea quien se exprese a través de nosotros.

Debemos entregar todo el control de nuestros pensamientos y deseos para que Él pueda usar nuestra boca como si fuera la propia, pueda tener a Su disposición cada área de nuestra vida y pueda fluir con libertad.

Para estar bajo la unción de conquista, el Espíritu Santo debe ser lo más importante en nuestra vida. Él es el mejor guía y quien nos ayuda en todo tiempo, razón por la cual el mismo Señor le dice a la iglesia que no hiciera nada hasta que hubiesen sido investido del poder de lo alto.

  1. NO ACEPTAR PENSAMIENTOS DE FRACASO

“Ustedes son la sal de la tierra. Pero ¿para qué sirve la sal si ha perdido su sabor? ¿Pueden lograr que vuelva a ser salada? La descartarán y la pisotearán como algo que no tiene ningún valor”.

Mateo 5:13 NTV

Nuestra nación atraviesa un tiempo de cambio y como líderes somos llamados a ser la sal de la tierra, siendo valientes guerreros y la manera de preservar esa unción de conquista es guardando nuestra mente de todo pensamiento impuro, negativo e incorrecto. Recordemos que el liderazgo de israel quedó dividido cuando diez de los doce espías quitaron los ojos de las promesas dadas por Dios y miraron las circunstancias. Lo que hizo diferente a Josué y a Caleb del resto de ellos fue su manera de pensar.

Los pensamientos de fracaso tienen el propósito de destruirnos, quitarnos la fe, la esperanza y robarnos el ánimo para hacer la obra de Dios. Un pensamiento de fracaso conlleva a la depresión y nos hace ver las imposibilidades como gigantes.

Este es tiempo de fijar nuestra mente con los pensamientos que vienen de la Palabra de Dios, los cuales nos conducen a la prosperidad.

  1. TENER UNA MENTE ESPIRITUAL

“No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta”.

Romanos 12:2 NTV

Tener la unción de conquista es tener una mente espiritual. Para tener una mente espiritual, es necesario que ésta se llene de la Palabra de Dios, esto nos dará la fe para dar un nombre de bendición a cada desafío y los pensamientos inspirados por el Espíritu Santo para hablar lo sobrenatural frente a cualquier circunstancia.

Josué y Caleb tuvieron otro espíritu, es decir una manera diferente de pensar frente a los demás. La mente espiritual cree y acepta lo que Dios ha dicho.

Para pasar de una mente natural a una mente espiritual, es fundamental cambiar aquellos malos hábitos que han levantado murallas de duda e incredulidad, frente a las bendiciones que Dios desea entregarnos.

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