SEPARADOS PARA DIOS

Por MCI

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta”.

Hebreos 13:12

ALGO EN QUE PENSAR

Era una noche como ninguna otra, tanto judíos como egipcios sabían que algo acontecería; por toda la nación de Egipto se rumoraba que la muerte rondaría en la noche, mas todos esperaban la dirección de Faraón, porque nadie podía ir en su contra. Todos se preguntaban cuál sería el siguiente juicio de Dios sobre toda la nación. Cuando les llegó la confirmación de que sería la muerte de los primogénitos, la incertidumbre aumentó, mas los egipcios sabían que no había forma de que Faraón entrara en razón. Algunos le preguntaban a los hebreos sobre cuál sería la manera en que ellos podían proteger a sus hijos y la respuesta que les daban era: “Deben celebrar la Pascua”. Preguntaron cómo hacerlo y la respuesta de los israelitas fue sacrificando animales; pero los egipcios sabían que si lo hacían sería una rebelión contra Faraón y tuvieron que resignarse a las consecuencias.

En el pueblo de Israel había paz, todos los hogares se reunieron para celebrar la Pascua. Cada padre de familia juntamente con su esposa, reunía a sus hijos y les decía: “Hoy nadie puede salir de la casa, porque esta noche el ángel de la muerte herirá a los primogénitos de los egipcios, mas no podrá entrar a nuestras casas”. Por lo tanto, tomaban en un recipiente la sangre del cordero que acababa de sacrificar y mientras aplicaba esa sangre sobre los dinteles y postes de la casa, les decía que ésta sería por señal de que Dios los protegería.

La mayoría de los hogares israelitas pasaron la noche en vela, pero poco después de la media noche se empezaron a escuchar los lamentos en las casas de los egipcios, porque el terror de la muerte rondaba por toda la nación.

Lo que ocurrió aquella noche se convirtió en la celebración más importante del pueblo de Israel. Aunque ningún padre de familia de los hijos de Israel se atrevió a salir de su casa, Jesús padeció fuera de la puerta. La muerte lo hirió, y Su Sangre derramada se convirtió en nuestra mayor protección. Su Sangre no solo nos redimió, sino que también nos santificó, y esto significa que fuimos separados para Dios.

La sangre rociada es la confesión de aquello que la Sangre de Jesús hace por nosotros. Si confesamos el poder de Su Sangre, de inmediato la atmósfera cambia y las circunstancias también, los cielos se despejan y el infierno debe retroceder. Vamos a declarar juntamente: “Por la Sangre de Jesús soy santificado, separado para Dios”.

Al hacer esta confesión, recibes la bendición y plenitud en estos tres aspectos:

  1. CAMBIO DE ADN

Cuando Dios creó a Adán, le dió un ADN puro, sin contaminación, que ubicaba al hombre en un linaje superior a cualquier otra criatura en el universo. Sin embargo, cuando él pecó, su código genético, el cual provenía directamente de Dios, fue radicalmente alterado. Adán perdió su pureza, su santidad y todos los privilegios que tenía como hijo de Dios. Su pecado trajo muerte a su espíritu, y como todos somos descendientes suyos, la marca de la maldición nos alcanzó.

Para que Dios nos pudiera salvar de esa marca del pecado, sólo había una manera, y era por medio de Su Hijo Jesucristo. Por eso cuando Jesús vino a la tierra, traía en sus venas un nuevo código genético, no el de sus padres terrenales, mas el de Su Padre Celestial. Era un ADN puro, sin mancha, libre de pecado y de maldición. Por eso el primer Adán fue un hombre terrenal, pero el último Adán vino del cielo.

“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante”. (1 Corintios 15:45)

Recibir a Jesús en nuestro corazón como nuestro salvador y como el dueño de nuestra vida, es recibir un nuevo código sanguíneo y esto será como la “visa” que nos permitirá entrar en el reino de los cielos.

  1. LA OPRESIÓN ES QUITADA

El pecado o la maldición son como argumentos legales que el adversario tiene en nuestra contra. Es por eso que muchas personas, al haberle fallado a Dios, experimentan la culpabilidad y la acusación por parte del enemigo de una manera tan fuerte que sienten que no son dignos del perdón de Dios, o sienten que hay una barrera en la comunión con Él, o tal vez sienten una opresión espiritual que no los deja ser libres.

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Romanos 8:1)

La Palabra nos enseña que aquellos que han pasado por la Cruz del Calvario, han entendido Su sacrificio y han confesado el poder de Su Sangre, son rescatados de la acusación, y ninguna condenación puede venir a manifestarse, porque tienen una nueva naturaleza y su andan conforme al Espíritu, es decir, en santidad, en el temor reverente al Señor y obedientes a los principios de la Palabra.

  1. ALIENTO DE VIDA

“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” Génesis 2:7

Lo que nos hace diferentes a las otras criaturas es el aliento de vida de Dios.

La palabra “aliento” en hebreo es “ruah”, que es “un aliento gutural sostenido, que proviene de lo profundo de Dios, soplando en el hombre para darle vida” (definición dada por el Doctor Derek Prince).

La persona que no tiene el “ruah” de Dios no puede vivir la vida cristiana y no tiene el brillo que da el tener a Cristo en el corazón. Quienes no lo tienen a Él, aunque prosperen, sus riquezas no perduran.

Cuando Dios nos creó, sopló en nosotros el “ruah” , Su aliento. Por causa del pecado del hombre, el ruah se fue, pero cuando el hombre se reconcilia con Jesús, ese aliento de vida vuelve y se ve reflejado en todas las áreas de su vida. Es importante hoy entender que para entrar en la prosperidad y la plenitud de la vida cristiana, debes asegurarte que tengas ese aliento por parte del Espíritu de Dios.

Contacto

Envíanos un correo electrónico y nos pondremos en contacto contigo.

Not readable? Change text. captcha txt

Start typing and press Enter to search