DÁNDOLE EL ROSTRO A NUESTRO MINISTERIO

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”.

Juan 14:12

ALGO EN QUE PENSAR

Lo primero que realicemos en las primeras horas del día, será lo que le de el rostro al comportamiento de esa jornada de nuestra vida. De igual manera, las primeras cosas que hagamos en los primeros días del año, darán el rostro a todo este año.

Cuando Jesús inició su ministerio, lo primero que hizo fue ir a la sinagoga y tomar el rollo para leer Isaías; la primera frase que leyó fue: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí”. Con ésto estaba dando el rostro a Su ministerio; desde ese momento en adelante, todos los sucesos de Su vida estuvieron marcados por esas palabras.

  1. FORTALECERNOS EN EL ESPÍRITU SANTO

Jesús pudo hacer 40 días de ayuno en en desierto y salir en victoria porque estaba fortalecido por el Espíritu de Dios, ya que en sus fuerzas humanas no lo hubiera podido culminar; pudo enfrentar a Satanás y vencer la tentación, porque el Espíritu le recordaba las palabras que debía responder y lo equipaba con la palabra correcta; comenzó su ministerio en el poder del Espíritu y los milagros y prodigios lo acompañaron a diario en su caminar entre la gente mientras cumplía con Su llamado aquí en la tierra.

Durante todo el tiempo de su ministerio el Espíritu Santo estuvo con Él, en ningún momento lo abandonó. Cuando Jesús estaba agonizando en la Cruz del Calvario, dijo estas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46b). Antes de ascender a los cielos, Jesús dejó dichas estas palabras que marcarían el camino trazado para que la iglesia se moviera en la dimensión del Espíritu, con señales, maravillas y prodigios: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8).

Fueron palabras de esperanza y motivación para la iglesia, pues así como el Espíritu lo había acompañado en todo Su ministerio, también lo haría con ella.

  1. SER REVESTIDOS DE PODER Y AUTORIDAD

La palabra “poder”, en griego es “dunamis”, y significa dinamita. El poder es la dinamita de Dios operando a través de nosotros. Dios nos dio el poder y la autoridad de transformar las circunstancias positivamente, de abrir los cielos para bendición o de cerrarlos para protección, de atar los poderes demoníacos y doblegarlos, porque el Espíritu que mora en nosotros es el mismo que moraba en Jesús, y es el mismo que operó en la creación del mundo.

Solo debemos creer que, como Sus hijos, somos herederos del poder de Dios y debemos disponer nuestras vidas para recibirlo. Aquel que anhele y sueñe con un ministerio de influencia y poderoso en el mundo espiritual, debe anhelar también ser un experto en la guerra espiritual, pero debemos entender que no es por nuestra estrategia humana que derribaremos los poderes del adversario, sino por medio de ser expertos en aplicar correctamente la Sangre de Jesús en su plenitud, entendiendo los 7 derramamientos de sangre que el Señor Jesucristo derramó antes y durante el tiempo que estuvo crucificado. La Sangre de Jesús es el arma más poderosa en el mundo espiritual contra toda obra del enemigo.

  1. NACER A UNA FE GENUINA
Todo aquél que desee tener un ministerio de éxito, debe vivir siempre en la dimensión de la fe, pues a través de ella, nuestra relación con Dios se fortalece y nos hace aptos para conquistar todos los sueños. La fe está por encima de los sentidos, nace en el corazón y está muy ligada a lo que visualicemos en el plano espiritual, porque cada uno tiene la capacidad de observar las imágenes de Dios a través de los ojos de la fe.
Para Dios no es difícil dar a Sus hijos una gran multiplicación ministerial; lo que Él busca son personas con corazón recto, sin orgullo, sin vanagloria, que puedan administrar el gran crecimiento que el Señor quiere darles. Cuando hay líderes con un corazón correcto, Dios los rodea de personas íntegras que se identifican con su ministerio, dispuestas a trabajar a tu lado para alcanzar las multitudes para Cristo.

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